Lectura de la Carta del Apóstol Santiago
Queridos hermanos: ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre ustedes? ¿No es de sus pasiones, que luchan en sus miembros? Codician y no tienen; matan, arden en envidia y no alcanzan nada; se combaten y se hacen la guerra. No tienen, porque no piden. Piden y no reciben, porque piden mal, para dar satisfacción a sus pasiones. ¡Adúlteros! ¿No saben que amar el mundo es odiar a Dios? El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. No en vano dice la Escritura: «El espíritu que Dios nos infundió está inclinado al mal”. Pero mayor es la gracia que Dios nos da. Por eso dice la Escritura: «Dios se enfrenta con los soberbios y da su gracia a los humildes”. Sométanse, pues, a Dios y enfréntense con el diablo, que huirá de ustedes. Acérquense a Dios, y Dios se acercará a ustedes. Pecadores, lávense las manos; hombres indecisos, purifíquense el corazón, lamenten su miseria, lloren y hagan duelo; que su risa se convierta en llanto y su alegría en tristeza. Humíllense ante el Señor, que él los levantará.
Palabra de Dios
Salmo Responsorial: 54, 7-8.9-10a.10b-11.23
R/. Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará
Pienso: «¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme! Emigraría lejos, habitaría en el desierto”. R/.
«Me pondría en seguida a salvo de la tormenta, del huracán que devora, Señor; del torrente de sus lenguas”. R/.
Violencia y discordia veo en la ciudad: día y noche hacen la ronda sobre sus murallas. R/.
Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará; no permitirá jamás que el justo caiga. R/.
Evangelio: Mc 9, 29-36
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutían por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.
Palabra del Señor
“Se llega a la plenitud de la vida por medio de la negación de uno mismo”
El Señor Jesucristo se encontraba «en el camino hacia Jerusalén», donde iba a ser rechazado y muerto. Después de la confesión de Pedro y el primer anuncio de su muerte, el momento para llevar a cabo la obra de salvación a favor de la humanidad había llegado.
La lectura del Evangelio de hoy presenta el segundo anuncio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Los discípulos siguen soñando con un mesías glorioso y muestran una gran incoherencia al discutir entre sí quiénes de ellos es el más importante. Jesús anuncia a los discípulos que lo van a matar, y ellos no entendieron nada. ¿Cuánto de esto nos pasa también a nosotros? Nos cuesta entender el proyecto de Jesús. A veces nos creamos expectativas que están fuera de lugar y que sólo abarcan la lógica humana. La lógica de Dios es diferente. No nos llama a la búsqueda del poder, de la riqueza o de la fama, nos llama a una vida en humildad y servicio, donde los demás son los más importantes.
Los discípulos no entendían cómo Jesús podía ser entregado en manos de hombres y morir. Durante meses le habían visto enfrentarse contra las fuerzas más hostiles de los demonios sin que pudieran hacerle nada, y de la misma manera, habían llegado a estar acostumbrados a ver su poder absoluto sobre las fuerzas incontroladas de la naturaleza. ¿Cómo podrían unos débiles hombres llevarlo a la muerte cuando ni una legión de demonios habían podido hacerle frente?
Para los discípulos, aquello de ser «entregado en manos de hombres», implicaba debilidad e impotencia. Es como si les estuviera diciendo que iba a llegar un momento en el que sería incapaz de salvarse a sí mismo. Y todo esto, ni encajaba con lo que estaban acostumbrados a ver de Jesús, y mucho menos con el concepto que ellos tenían sobre cómo sería el Mesías.
El asunto era serio, así que Jesús «se sentó y llamó a los Doce». Tomando la posición de Maestro, comenzó a enseñar a sus discípulos acerca de la actitud que ellos deberían adoptar hacia el poder y la autoridad cuando emprendieran la misión de anunciar el Reino de Dios en el mundo.
Nunca debemos olvidar que los valores del Reino son completamente opuestos a los de este mundo. Jesús enseñó que se llega a la plenitud de la vida por medio de la negación de uno mismo (Mc 8, 35), que el grano de trigo sólo da fruto si primero muere (Jn 12, 24), que los pobres de espíritu son los bienaventurados y los herederos (Mt 5, 3) y que una gran persona es la que sirve a los demás. Por el contrario, en el mundo, los primeros son los ricos, los poderosos, los fuertes.
Es necesario por lo tanto que, si queremos seguir a Jesús, primero rompamos con los moldes de este mundo. Porque la grandeza en el Reino de Cristo no consiste en gobernar y recibir honores, sino en servir. No en buscar los primeros puestos, sino en ser los últimos. No en estar preocupados por el puesto que ocupo yo, sino en buscar que el otro ocupe un mejor puesto. No en buscar mi propio provecho, sino el de los demás.
(Guía Litúrgica)